O de cómo una lluvia catarata te puede arruinar el día.
Yo sabía que había alerta meteorológico. Pero en fin, muchas cosas que hacer me obligaban a salir de mi cueva, así que luego de los maquillajes mínimos, me apuré y salí.
Estaba medio de noche a las 3 de la tarde. Sólo faltaban 6 cuadras para llegar a la estación, y sí, se largó con todo.
Refugiada en un alero, y refunfuñando por la suerte de mi planchita, recurro al utilísimo teléfono celular, para que me saque del mal paso. "No hay más crédito" argumenta el aparato inoportuno.
"Eso y la inundación son circunstancias que no alcanzarán para redimirme" pensé, mientras me metía en un bar a comer un flancito, meditar y marcar recarga telefónica.
Pero claro, una vez efectuado el pago, el maldito aparato retruca un "Sólo emergencias", cosa que hace que se me atragante el flan. En ese momento, mientras miraba la cascada en la vidriera, poética y digna de Casa FOA, me empieza a agarrar la famosa culpa femenina: "tengo que ir, me estan esperando, los demás se van a mojar, y yo acá, comiendo un postre ¡que encima engorda!"
Así que, mala idea, salí del bar a enfrentar la cortina gris que no menguaba, ni tenía intención. Como corresponde, el paraguas estaba de acuerdo con el celular y se niega a abrirse correctamente, lo que generaba que filtre la cantidad de agua justa como para mojar mi saquito, ese que llevaba para el fresco que se estaba levantando...así de previsora soy, pensaba, mientras chapoteaba veredas inundadas con los pantalones arremangados.
"Tengo que llegar, tengo que llegar, soy responsable" repetía como un mantra, de alero en alero.
Pero toda la responsabilidad se va al demonio cuando al llegar semi ensopada a la estación se escucha: "falta de trenes por falta de luz"... ¡basta para mííí´!