domingo, 6 de febrero de 2011

Te odio, Lavarropas.

Debí haberlo imaginado, pero no ví las señales de tu traición. O no las quise ver porque te tenía fe.
Ahora es tarde, y las máculas de tu perfidia se han aferrado a las fibras de mis claros atavíos.
A pesar de mis esfuerzos, creo que ni el tiempo podrá borrarlas y ya nunca recuperaremos esa cándida blancura, de aquel pasado bello en el que las remeras nuevas me quedaban bien, bien blancas y amarillas, hermosamente combinadas.
No me resigno a ser una desventurada lavandera, víctima de tus extraños humores corrosivos, que me quieren hacer lucir como un dálmata o un leopardo.
No me resigno, y mientras decido que hacer contigo, oh, infame artefacto;  te seguiré odiando: blanco, cuadrado, cruel, ingrato y desleal ... lavarropas.