
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandoné por asuntos urgentes y volví a abrirla cuando regresaba de un viaje; me dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, volví al libro en la tranquilidad del atardecer en el bosque de casuarinas. Era una novela de amores contrariados. Los protagonistas contaban con miles de pequeños encuentros casuales, de esos que se desean tanto que al final ocurren y aunque duran milésimas de segundos permanecen por siempre. En ese capitulo él la buscaba recorriendo un bosque mientras el sol se escondia entre los arboles. Apuró el paso y corrió parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir el sendero que lo llevaba hacia un claro. En el claro unos troncos, nadie alrededor. Lo atravesó menguando la marcha, casi sin que se oyeran sus pasos hasta que se detuvo detrás de ella, que leia un libro que hacia tiempo habia abandonado y la nombró.